AGDAM: LA CIUDAD QUE NO EXISTE

Agdam es un lugar que no existe. O mejor, un lugar que ya no existe porque fue borrado hasta los cimientos. Un final de trayecto en el que sólo se puede caminar en silencio, como cuando caminas por un cementerio. Una ciudad fantasma. Un sueño. No, un sueño no. Una pesadilla, el fruto de los caprichos envenenados de Stalin.

Agdam es un nombre turco: Ag significa “blanca” y Dam quiere decir “casa”. Agdam, en azerbaiyano, significa Casablanca. Pero en el nombre acaba cualquier parecido con la Casablanca cosmopolita y moderna que vive al borde del Atlántico. Porque en Agdam no hay nada vivo: ruinas, calles reventadas, montoneras de ladrillo y piedra blanca. La mezquita principal es el único edificio que queda en pie de una ciudad de 60.000 habitantes. Y tras 25 años de abandono también la mezquita principal amenaza ruina.

Sólo hay una carretera que lleva a Agdam. Desde Goris, al Sur de Armenia, el camino, cuidadosamente asfaltado gracias a las generosas donaciones del magnate Kirk Kerkorian, serpentea entre montañas verdes y bosques de hayas. Desde 1993 esa frontera sólo existe en los mapas. Se abandona Armenia y se entra en la República Armenia de Nagorno Karabakh, una república independiente sólo reconocida por Armenia, cuyo ejército es el Ejército armenio y cuyos habitantes se sienten más armenios que sus hermanos armenios. Apenas unos kilómetros más allá de la antigua frontera un tendejón ocupado por varios policías sirve de recordatorio de la necesidad de Visado para visitar Karabakh. Pero el visado sólo puede obtenerse en Stepanakert, la capital. Por extraño que parezca para obtener el visado con el que visitar Nagorno Karabakh hay que recorrer la mitad del país para solicitarlo en la Oficina del Ministerio de Asuntos Exteriores de la capital.

A medida que dejamos atrás pueblos y montañas las reliquias de la guerra se hacen más y más visible: restos de transportes blindados al borde del camino, escuelas y granjas ocupadas por casi adolescentes vestidos con uniforme militar, viejos camiones URAL que van y vienen por la carretera, cementerios repletos de héroes, amargura y recuerdos. Mientras Europa se estremecía con el cerco de Sarajevo en este confín del mundo en el que se encuentra Europa y Asia las matanzas dejaban en juego de niños las guerras balcánicas: estallaron décadas de intrigas, recelos y tiranía soviética, siglos de luchas y venganzas tribales. Turcos contra armenios, turcos contra turcos, rusos contra turcos, rojos contra blancos, patriotas contra comunistas, patriotas contra patriotas, traficantes de armas contra todos…. El legado de Stalin.Cuando en 1923 el Comisario Soviético de las Nacionalidades, un tal Josef Stalin, georgiano, decidió que Artsakh se convertiría en el Oblast de Nagorno-Karabakh (literalmente, Montañoso Karabakh) y su población en más de un 75% armenia pasaría a depender de Azerbayan estaba amputando la Armenia cristiana y creando una minoría extraña en el seno de la turca y musulmana Azerbayan. Con los primeros signos de debilidad del estado soviético los armenios y los azeries se ametrallaban y bombardeaban sin piedad por el control de las colinas de Karabakh. Con la misma saña estallaban conflictos étnicos por toda la antigua URSS: tayikos y uzbekos, ucranianos y rusos, moldavos, chechenos, georgianos,abkhasios, tártaros… Con la misma levedad con la que se monta un AK-47 se vaciaban pueblos y se bombardeaban columnas de refugiados. El vodka corría por el Kremlim. Las mafias reclutaban al KGB (o al revés, quién sabe) para hacerse dueñas de acerías y empresas de gas o petróleo. Los viejos quedaban sin pensión y los oficiales rusos vendían armas y munición al mejor postor en los mercados de cada ciudad.

Desde las colinas que rodean Agdam la ciudad apenas se reconoce como tal. La vegetación ha empezado a hacerse dueña de ruinas y calles. Desde lejos los barrios y construcciones más distantes del centro parecen ruinas antiguas, romanas, turcas. Una antigua ciudad abandonada. Pero a medida que conduzco hacia lo que un día fue el centro las calles tienen baches capaces de tragarse un automóvil y no hay un solo edificio en pie. Se trata de construcciones de hormigón y piedra, de estilo soviético. No han sido bombardeadas. Ninguna gran batalla deja este rastro. Ni paredes, ni tejados. Nada se ha salvado. Han sido dinamitadas hasta los cimientos. Un trabajo a conciencia. Nada soviético.

Alguien se tomó muchas molestias para dejar este inmenso cementerio como recordatorio. La gran mezquita y algunos murales soviéticos se levantan unos metros por encima del vertedero inmenso que es Agdam. Un edificio de tres plantas sirve de avanzada y punto de observación para francotiradores armenios que vigilan a los francotiradores del otro lado del frente, en Azerbayan. Sólo queda una familia viviendo en la ciudad. Tienen algunos cerdos y una pequeña magazine [tienda] en la que venden chuches y tabaco a los militares que patrullan el frente. Me preguntan por Armenia, España, América. Lo hacen con nostalgia. Como si hablaran de otro mundo, de otro tiempo. No me extraña: viven en un lugar que no existe.

Agdam, Agosto 2016

Ani

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